Me preparé con juicio para una entrevista en logística. Era un cargo operativo, con algo de liderazgo. Sabía que en algún punto me preguntarían por los KPIs que utilizaba y porqué. y aunque es una pregunta subjetiva porque cada empresa tiene características diferentes. Podía enumerar los más útiles. Pero, mientras repasaba todo eso, una pregunta se me cruzaba cada vez con más fuerza: ¿no debería ser también un KPI saber si la persona que embala, entrega o carga está motivada? ¿Si todavía aguanta? ¿Si siente que su trabajo tiene sentido? No lo dije. Respondí lo que se esperaba y claro no lo hice con convicción. El resultado: No me contrataron.
Después de esa entrevista entendí mejor una verdad que hasta entonces había sentido, pero no había puesto en palabras: en la logística moderna, lo humano importa menos de lo que debería. Los procesos, los algoritmos, los tableros de control… todo está diseñado para que el sistema funcione. Pero nadie está realmente preguntando si quienes lo hacen posible pueden seguir funcionando.
Las cifras no mienten. En Europa hay más de 426.000 vacantes de conductores. No es solo falta de licencias o camiones. Es que la gente no quiere trabajar en condiciones que consumen cuerpo y mente. En América Latina la situación es parecida, solo que con menos visibilidad. Estudios han demostrado que los trabajadores logísticos tienen la jornada laboral más larga de todos los sectores: más de nueve horas al día. Todos trabajando al borde del burnout, pero siguen sin parar porque no tienen otra opción.
Lo más complejo de esta crisis no es que la logística esté fallando. Es que la estamos reemplazando con soluciones que, sin quererlo, la están rompiendo más. La transición tecnológica —esa promesa silenciosa que incluye IA, automatización, robots, softwares cada vez más precisos— parece haber llegado para salvarnos. Pero mientras llega ese futuro, el presente recae con todo su peso en personas reales. Personas que siguen al frente de la bodega, al volante del camión, en el centro de distribución, revisando códigos de barras, solucionando errores que la tecnología no previó. Se mueven los productos con la convicción que todo está automatizado, pero no es cierto. El sistema depende aún de las manos humanas que lo ejecutan. Lo que cambió es que ahora se espera que esas manos sean más rápidas, más precisas, más resistentes. Y sobre todo, que nunca se quejen.
La paradoja es brutal: cuanto más avanzamos en eficiencia, más invisible se vuelve el costo humano. No porque haya maldad, sino porque nadie lo está midiendo. La gerencia toma decisiones en base a dashboards y en lo que la tecnología ahora puede lograr, pero pocas veces baja a la bodega. La automatización parece inevitable, sí, pero se está construyendo sobre la espalda de quienes todavía no han sido reemplazados. Y quizá no lo serán por mucho tiempo.
Lo irónico es que esta no es la primera vez que la humanidad construye sus mayores logros sobre el desgaste de su gente. Pensemos en la Gran Muralla China: símbolo de fortaleza, ingeniería y visión estratégica. Fue erigida a lo largo de siglos, por millones de trabajadores, campesinos, soldados y prisioneros que enfrentaron frío, hambre, accidentes y agotamiento físico. Muchos murieron durante la obra y fueron enterrados bajo sus cimientos, literalmente. La historia recuerda al emperador Qin Shi Huang como el gran visionario. Pero ¿alguien recuerda el nombre de quienes pusieron piedra sobre piedra durante generaciones? Hoy, en el mundo de la logística moderna, idolatramos a Jeff Bezos, a los fundadores de startups que reconfiguran la entrega perfecta desde una app. Celebramos algoritmos que optimizan rutas y softwares que predicen inventarios. Pero detrás de cada entrega está alguien empacando, escaneando, ajustando lo que la IA no resolvió, sosteniendo la velocidad que otros diseñaron desde la comodidad de una oficina. Lo que antes fue muralla y mortero, hoy son rutas, códigos y dashboards. El cuerpo que ejecuta sigue siendo humano. Solo que ahora se le exige que no falle, que no se agote, y que nunca diga que no puede más.
Se puede automatizar sin deshumanizar.
Elaborado Por: Manuel Felipe Agudelo. Especialista en Logistica del transporte Internacional de Mercancías.