Cómo la logística podría erradicar el 2 % de la pobreza global, año tras año.

Cada año, millones de contenedores y cargamentos aéreos cruzan fronteras moviendo bienes que sostienen la economía global. Pero, ¿y si cada uno de esos embarques fuera también una chispa para combatir la pobreza extrema? Imaginemos un recargo mínimo —el Global Humanitarian Surcharge— aplicado de forma obligatoria y transparente a cada operación de comercio internacional. No sería un impuesto invisible, sino una contribución directa, tangible y visible, canalizada a un fondo común de ayuda humanitaria.

Según datos recientes del Banco Mundial y la UNCTAD, cada año se registran alrededor de 241 millones de embarques marítimos y 877 mil guías aéreas madres. Sin embargo, la realidad operativa es mucho más compleja. En el transporte aéreo, cada guía madre suele agrupar unas 30 guías hijas, pertenecientes a distintos importadores y exportadores; en el transporte marítimo, las cargas LCL (Less than Container Load) replican este patrón, al reunir envíos de múltiples empresas en un mismo contenedor. Con un ajuste conservador, estas cifras ascienden a 7,23 millones de guías aéreas y 1.205 millones de guías marítimas al año. En el caso marítimo, esto equivale a un promedio global de 3,4 TEUs por embarque, lo que coincide con estimaciones internacionales que sitúan el tráfico mundial en torno a 815 millones de TEUs.

Aplicando un recargo de 4 USD por cada guía marítima y 2 USD por cada guía aérea, se recaudarían 944,46 millones de dólares anuales. Esto representa el 2,01 % de los 47 mil millones de dólares que las Naciones Unidas solicitan para asistencia humanitaria global en 2025. Y lo mejor: este flujo sería constante año tras año, con un potencial multiplicador gracias a los intereses acumulados, creando un capital sostenible para invertir en los más vulnerables.

La legitimidad y transparencia se garantizarían mediante la implementación del modelo a través de la Organización Marítima Internacional (OMI). No sería una donación voluntaria, sino un estándar global, como ocurrió con el Convenio SOLAS, que tras una votación de los Estados miembros hizo obligatoria la verificación del peso de los contenedores en todo el mundo. La historia demuestra que, cuando hay consenso, las normas globales son posibles.

Además, parte del dinero recaudado volvería a la misma industria logística. Para movilizar alimentos, medicinas, refugios y suministros hacia zonas de desastre, se necesitan barcos, aviones y rutas. Así, el comercio financiaría la ayuda, y la ayuda revitalizaría el comercio donde más se necesita: un ciclo virtuoso en acción.

A diferencia de los recortes de ayuda internacional —como los implementados durante la presidencia de Donald Trump— este modelo generaría una fuente de ingresos estable, independiente de las voluntades políticas.

Cada embarque se convertiría en un acto solidario. Desde un cargamento de maquinaria pesada hasta una caja de flores exportada desde Colombia, todos contribuirían proporcionalmente a aliviar el hambre y la pobreza. En conjunto, la recaudación anual se acercaría a la riqueza combinada del top 10 de las personas más ricas del mundo, pero redistribuida para salvar vidas.

Este mecanismo rediseñaría el sistema desde dentro, integrando un engranaje automático de solidaridad en la maquinaria del comercio global.

¿Es una utopía? Tal vez.
¿Es viable? Absolutamente, con voluntad política, cooperación internacional y liderazgo empresarial.
¿Es urgente? Más que nunca.

La logística ha sido históricamente símbolo de eficiencia y rentabilidad. Es hora de que también lo sea de solidaridad y transformación.

Elaborado Por: Manuel Felipe Agudelo. Especialista en transporte internacional de Mercancias.

Fuente: Unctad y World Bank

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